
Leyenda
“El Mascarón y el Gallo de Oro”
La Leyenda de “El Mascarón y El Gallo de Oro”
Versión de Adriana Balmori Aguirre
Según se cuenta, en esta popular leyenda cordobesa hace más de doscientos años, en lo que ahora es la calle nueve y avenida tres, vivía un riquísimo caballero llamado don Ladrón de Clavijo y Mauleón, quien había heredado varios títulos de nobleza y una cuantiosa fortuna, además de la hermosa casa familiar donde vivía. Era él, al contrario de su nombre, un señor de honor y de trabajo, muy dado a las caridades, ayudas y obras pías. La ubicación de su casa, en el paso o cruce de caminos: tanto el que salía a Naranjal como el que seguía hasta el puerto de Veracruz, le hacía temer que en su ausencia le fueran robados sus bienes, por lo que so pretexto de hacerse con una alacena, mandó construir un sótano con entrada en el escalón de una puerta que daba a los traspatios y al corral de aves, donde al amanecer, sabiendo que nadie lo veía, iba guardando las bolsas llenas de doblones de oro que sus buenos negocios le producían; el único testigo de sus ires y venires era un hermoso gallo madrugador de enorme e irisada cola.
Pasados los años, murió el buen señor de tan repentina enfermedad que no le dio tiempo a revelar su secreto ni hacer un testamento, por lo que, como marcaba la ley, su enorme y lujosa mansión fue entregada a sus dos únicos sobrinos, parientes lejanos que muy satisfechos quedaron con el inesperado y considerable legado, pensando a su vez, que, al no encontrar oro y dinero se los habría gastado su noble tío en esas obras de misericordia a las que era muy dado.
Viendo los herederos las dificultades para ponerse de acuerdo en la repartición de los cuantiosos bienes, decidieron quedarse con muebles y ornatos y vender la casa, los recios caballos que tiraban los coches y los galgos y perros de caza de fina raza, a sabiendas que mucho les producirían.
Ordenaron al sirviente que aún quedaba, matar al viejo gallo que todavía moraba en el corral. El joven mozo, compadecido, no quiso hacerlo, le puso encima un tenate y lo colocó sobre el escalón de la puerta del traspatio y avisó a los nuevos dueños que sus órdenes estaban cumplidas.
Esa noche, fue por el gallo para llevárselo al corral de su humilde casa y primero con gran espanto y luego, sin poder creerlo, oyó cómo, el gallo con voz humana cantó tres veces diciendo: ¡Debajo de este escalón, guardó sus doblones don Ladrón de Clavijo y Mauleón!
Apenas salido de su asombro y sin pensarlo dos veces, sacó el sirviente con gran premura y sigilo el tesoro, llevándolo a esconder en el huerto de su casa. Después de cierto tiempo compró la casa de su antiguo amo mandando poner en la parte de afuera la figura de un hermoso gallo que, según antiguos testigos estaba vaciado en oro.
Por la misma época llegó a vivir a la villa de Córdoba, un misterioso y acaudalado caballero que construyó en la contra esquina de la casa del Gallo de Oro, una regia casona, adornándola en su exterior con una gran máscara o Mascarón, como las que llevaban en la proa muchos galeones, y es aquí donde la leyenda continúa, pues se dice que por las noches el Gallo y el Mascarón platicaban, contándose de su vida pasada y supo así el Gallo que, el Mascarón que tenía la efigie de una bella mujer, había pertenecido a una nave pirata llamada “la Mascarona”, cuyo capitán era el enigmático habitante de esa casa, un corsario entrado en años, que después del ataque a varios puertos del sureste, había decidido retirarse a vivir con tranquilidad en la villa de Córdoba. Como ésa, se contaban entre ellos dos, muchas historias más. Todo cuanto se decía por la villa, en susurros el viento lo llevaba hasta el Mascarón y el Gallo de Oro, que guardaban toda clase de secretos. Durante largo tiempo muchos fueron los transeúntes que decían oír los cuchicheos de estos personajes en la oscuridad de la noche.
Con los años la casona llegó a convertirse en la escuela que lleva el nombre de la ilustre benefactora Anna Francisca de Iribas: nuestra querida escuela Mascarón y en la otra esquina estuvo por muchos años el molino de arroz así llamado: “El Gallo de Oro”, cuyos dueños al cambiarlo a un lugar menos céntrico y más apropiado, siguieron conservando este mismo nombre.

“El Mascarón y el Gallo
de Oro”
Escucha o lee esta tradicional Leyenda de Córdoba, Veracruz.
Versión de Adriana Balmori Aguirre
Según se cuenta, en esta popular leyenda cordobesa hace más de doscientos años, en lo que ahora es la calle nueve y avenida tres, vivía un riquísimo caballero llamado don Ladrón de Clavijo y Mauleón, quien había heredado varios títulos de nobleza y una cuantiosa fortuna, además de la hermosa casa familiar donde vivía. Era él, al contrario de su nombre, un señor de honor y de trabajo, muy dado a las caridades, ayudas y obras pías. La ubicación de su casa, en el paso o cruce de caminos: tanto el que salía a Naranjal como el que seguía hasta el puerto de Veracruz, le hacía temer que en su ausencia le fueran robados sus bienes, por lo que so pretexto de hacerse con una alacena, mandó construir un sótano con entrada en el escalón de una puerta que daba a los traspatios y al corral de aves, donde al amanecer, sabiendo que nadie lo veía, iba guardando las bolsas llenas de doblones de oro que sus buenos negocios le producían; el único testigo de sus ires y venires era un hermoso gallo madrugador de enorme e irisada cola.
Pasados los años, murió el buen señor de tan repentina enfermedad que no le dio tiempo a revelar su secreto ni hacer un testamento, por lo que, como marcaba la ley, su enorme y lujosa mansión fue entregada a sus dos únicos sobrinos, parientes lejanos que muy satisfechos quedaron con el inesperado y considerable legado, pensando a su vez, que, al no encontrar oro y dinero se los habría gastado su noble tío en esas obras de misericordia a las que era muy dado.
Viendo los herederos las dificultades para ponerse de acuerdo en la repartición de los cuantiosos bienes, decidieron quedarse con muebles y ornatos y vender la casa, los recios caballos que tiraban los coches y los galgos y perros de caza de fina raza, a sabiendas que mucho les producirían.
Ordenaron al sirviente que aún quedaba, matar al viejo gallo que todavía moraba en el corral. El joven mozo, compadecido, no quiso hacerlo, le puso encima un tenate y lo colocó sobre el escalón de la puerta del traspatio y avisó a los nuevos dueños que sus órdenes estaban cumplidas.
Esa noche, fue por el gallo para llevárselo al corral de su humilde casa y primero con gran espanto y luego, sin poder creerlo, oyó cómo, el gallo con voz humana cantó tres veces diciendo: ¡Debajo de este escalón, guardó sus doblones don Ladrón de Clavijo y Mauleón!
Apenas salido de su asombro y sin pensarlo dos veces, sacó el sirviente con gran premura y sigilo el tesoro, llevándolo a esconder en el huerto de su casa. Después de cierto tiempo compró la casa de su antiguo amo mandando poner en la parte de afuera la figura de un hermoso gallo que, según antiguos testigos estaba vaciado en oro.
Por la misma época llegó a vivir a la villa de Córdoba, un misterioso y acaudalado caballero que construyó en la contra esquina de la casa del Gallo de Oro, una regia casona, adornándola en su exterior con una gran máscara o Mascarón, como las que llevaban en la proa muchos galeones, y es aquí donde la leyenda continúa, pues se dice que por las noches el Gallo y el Mascarón platicaban, contándose de su vida pasada y supo así el Gallo que, el Mascarón que tenía la efigie de una bella mujer, había pertenecido a una nave pirata llamada “la Mascarona”, cuyo capitán era el enigmático habitante de esa casa, un corsario entrado en años, que después del ataque a varios puertos del sureste, había decidido retirarse a vivir con tranquilidad en la villa de Córdoba. Como ésa, se contaban entre ellos dos, muchas historias más. Todo cuanto se decía por la villa, en susurros el viento lo llevaba hasta el Mascarón y el Gallo de Oro, que guardaban toda clase de secretos. Durante largo tiempo muchos fueron los transeúntes que decían oír los cuchicheos de estos personajes en la oscuridad de la noche.
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